LA IZQUIERDA DEL SIGLO XXI

LA IZQUIERDA DEL SIGLO XXI

22 abr 2007

LA CARTA



Hace muy poco llegó a la Redacción de este blog (¿Redacción? Creo que ahora sí exageré terriblemente, me volé demasiado. Me merezco el “fino” y elegante: ¡Ora ya!), una carta o escrito que me mandó un viejo y buen amigo, carta ésta que considero oportuna en este momento que el debate acerca de la propuesta de adicionarle al Código Penal para el DF una quinta causa excluyente de responsabilidad penal en materia de aborto (o ampliación de la despenalización del aborto) se encuentra “al rojo vivo”; al igual que lo está el proceso legislativo emprendido para llevar a cabo o para concretar dicha intención.
Seguramente que este amigo escribió esa carta animado por la contundencia y valentía de testimonios y reflexiones hechos por personas como la ingeniosa y estimadísima Radical Chic (por citar sólo uno ejemplo) Aunque, en realidad, también lo hizo por que yo se lo pedí, se le supliqué; porque yo lo provoqué, lo alenté, lo reté a hacerlo. A mi me parece que valió la pena el esfuerzo:


MI VIEJO Y QUERIDO AMIGO MIRABAL:

Te mando esta carta relacionada con un episodio de mi vida, el cual tú conoces por que alguna vez te lo conté. Ya sabes que esa historia me inquieta, me molesta, me entristece… pero, igualmente, me incita a ser un poco mejor cada día. También sabes que dicha historia guarda mucha relación con el tema del aborto, el cual en éste momento se encuentra nuevamente a debate. Debate del cual no puedo ser ajeno por mi experiencia de vida, debate del que no puedes –ni quieres- ser ajeno por que no te lo perdonarías.

Al ver que el debate sobre el tema se ha iniciado y “encendido” una vez más, y previendo que tú me pedirías una opinión o un comentario al respecto, me propuse escribir un poco sobre ese episodio (sin importar todo lo que provoque en mí esos recuerdos). No me equivoqué. En días recientes me pediste mi “colaboración” y el permiso para publicarla. Te concedo ambos sin condiciones, sé bien que te serán útiles para tus fines, sé bien que no distorsionaras o falsearas algo motivado por intereses egoístas o aviesos. Lo sé por que te conozco (tal vez más de lo que tú me conoces o crees conocerme) Por ejemplo, sé lo que te motivó a usar ese pseudónimo con el cual te he saludado. Me gusta. Pero no creo que supere el que una vez tuve (“El besador”) Es cierto, me estoy desviando del tema. Disculpa.

Antes de dejarte con mi escrito, sólo quiero expresar dos cosas: 1) Mi valor es, por mucho, inferior al de las mujeres arrojadas y valerosas que existen. Por eso, y por respeto a la privacidad de ella, te ruego que cambies los nombres de la historia y 2) Te autorizo plenamente para que le hagas algunas modificaciones a mi escrito, pero, ya sabes, siempre y cuando no trastoques la esencia del mismo. Es decir, que los cambios o agregados que realices sólo sean los estrictamente necesarios, o los suficientes para “darle vida”, en papel, a una parte de mi vida (realidad novelada o ficcionada, creo que ese es el término que ocupaste o que me enseñaste para resumir esto)

Bien te dejo con mi escrito, subrayando que me despediré hasta el final del mismo:

Todo empezó en mis tiempos de secundaria. Me acuerdo vagamente que no fuiste una de las primeras chicas que llamó mi atención. Lo que sí recuerdo es que nunca nos caímos mal (no creo equivocarme). Había que elegir un taller en esa escuela. Los dos fuimos al de Computación (pero, hasta este momento, nadie podía pronosticar con seguridad que nuestros destinos se unirían de tal forma, pues, por ejemplo, mi primera novia de la secundaria también iba en nuestro grupo y taller). Recuerdo la competencia que sostenías –por tener un mayor número de novios y por gustarle al mayor número de chavos- con Andrea. Competencia que las llevó a pelearse en diversas ocasiones, para luego reconciliarse (eran un buen ejemplo de esa frase que “Entre mujeres podemos despedazarnos, pero nunca nos haremos daño”). También recuerdo como a mi me causaba gracia esa competencia o, de plano, indiferencia.

Así mismo, recuerdo que un día, durante el tiempo correspondiente al taller, te me acercaste rápidamente, por atrás (yo estaba sentado junto a un amigo enfrente de una computadora), y me dijiste al oído: “Te dedico esta canción. Esa es nuestra canción” (sólo me puedo acordar que era una canción de Laura Pausini, la cual en una parte dice: “son amores tan extraños…”) Aunque no lo creas nunca he podido acordarme del resto de la canción ni de su título. Cuando regresaste a tu lugar, mi amigo me hizo burla “Ayy, galán, pásame tantito” y demás expresiones similares; pero unos instantes después, de manera abrupta, me señaló: “Bueno, ni tanto, no está tan bien” Me enojé y lo ignoré. Hasta el día de hoy estoy seguro que expresó eso último motivado por una patética envidia.

Volviendo a tu competencia con Andrea, permíteme decirte que hasta me llegó a parecer interesante, ya que realmente eran diferentes en varios aspectos. Ella es, prácticamente, de piel blanca, delgada, alta se podría decir, cabello negro con los famosos “rayitos”, más propensa a la parte de la ternura, de los poemas en una relación afectiva. Por otro lado, tú eres morenaza de fuego, de estatura mediana, del grupo de las que “se desarrollan rápido” (por ejemplo, desde finales de la secundaria ya tenías unos hermosos senos), más propensa a la parte pasional, de la aventura, de la sexualidad en una relación afectiva.
Durante la secundaria conocí o me enteré de la mayoría de sus “conquistas” y enamoramientos. De la misma forma lo hicieron ustedes. Tal vez tú conociste un poco más de esas andanzas, ya que, aunque podía haber temporadas en las cuales no nos habláramos mucho, nos las ingeniamos para no perder completamente el contacto y, por ende, para tampoco perder detalle alguno de nuestro “historial amoricio”

Desde hace cierto tiempo, cuando rememoro esos años, he concluido (con una lágrima que desemboca hasta mi sonrisa) que tú, Vianey Angélica, y yo nos comprendíamos en diferentes cuestiones, muchas veces, sin necesidad de que hubieran palabras de por medio; es decir, sólo nos bastaba un cruce de miradas, una caricia, una sonrisa o un guiño para que supiéramos lo que el otro tramaba, quería, deseaba o lo que al otro incomodaba. Nuestra relación se caracterizó por muchas afirmaciones que jamás se expresaron, por muchos silencios “escandalosos”, por muchos “escándalos compartidos” (a los dos nos acusaban de hablar y reír con altos decibeles) y por muchos sobreentendidos. En otras palabras, muchas veces prescindimos de las palabras y no por ello no nos comunicamos, muchas veces prescindimos de “definir” a nuestra relación y no por ello no tuvimos claro lo que éramos y lo que podíamos pedir del otro. ¿Qué eramos? Muchos podían decir que simplemente fuimos lo que se conoce como “amigos con derechos o privilegios”, “amigos cariñosos” ó “integrantes de un free” Puede que tengan algo de razón, pero me rehúso a quedarme solamente con esos conceptos. Entonces, ¿qué rayos fuimos?... ¡Amantes! (en el mejor y más amplio sentido de la palabra)

La tensión sexual (o “afectiva-corporal”) estuvo presente durante casi toda la secundaria. Los dos nos gustábamos o nos atraíamos por una o más poderosas y misteriosas razones (no juegues con el destino. No tiene sentido del humor o, tal vez, el que no lo tienes eres tú) No obstante lo anterior, nunca fuimos novios “formales” o “cuasi-formales” en ese tiempo, ni siquiera nos dimos una “escapada” en grande por ahí para perdernos entre interminables caricias. Ello resultaba imposible de creer para algunas amigas y/o compañeras que compartieron conmigo algunos secretos, chismes o anécdotas. Mucho menos le resultaba creíble a una amiga que no me bajaba de “perro calenturiento”, de “hot dog” o de “calzón fácil” y que a ti no te bajaba de “facilota”, “güilota” o de “tanga fácil” (adjetivos con los cuales no he estado ni estaré de acuerdo jamás. En diferentes ocasiones le dije que no me gustaban esos calificativos que emitía respecto a ti. La última de ellas fue cuando me la encontré cerca del centro de la ciudad. Muchas de esas ocasiones me insistía y me insistía: “Hugo, no seas tonto, no te hagas tonto. Sí es” o “Ayy, si, si, si, digo que no por que es mi novia” u otras frases similares)

Todavía recuerdo cuando estábamos a punto de concluir la secundaria. Las nostalgias, tristezas y bienaventuranzas inundaban el ambiente. Faltando, más o menos, dos semanas para que nos graduáramos, me dijiste, cerca de las canchas de basquetball, de manera pícara: “Hola, no creas que no lo tengo presente, yo todavía no te he dado tu “despedida”, tenemos que “despedirnos” muy pronto” Yo, a duras penas, alcancé a contestarte: “Bueno, muy bien, me parece muy bien” no sin antes sentirme un hombre totalmente bendecido o afortunado. Esa “despedida” no llegó. Es más, unos pocos días después mejor se “despidieron” tú y otro de mis amigos (no me molesté. A la única persona que le recriminé ese suceso fue a mi mismo)

Nos encontramos un año después, ya como preparatonianos. Esa ocasión tuve mucha suerte (en más de un sentido), por que sólo había regresado a esa escuela, en ese momento ya mi ex escuela, por la esperanza de volverte a ver (sabía, aunque no con precisión, que vivías cerca de ahí). Cuando te vi, el corazón se me aceleró y la sonrisa se hizo presente de manera presta. Parecía que la inevitabilidad del destino, de nuestro destino, por fin hacia su entrada triunfante. Parecía que las jugarretas de la vida o del destino por fin se habían acabado. Ese día, y en otra ocasión, nos besamos, nos acariciamos, nos tocamos, nos platicamos con gusto (Hasta una de esos encuentros nos dio material para la burla y carcajada, ya que tuvimos, por un tiempo, un “público” muy atento a nuestras maniobras amatorias)

Cerca del final de la preparatoria (y recién, recién estrenados en la mayoría de edad) nos volvimos a ver. Ese reencuentro lo propiciaste tú, al invitarme a una fiesta de tu escuela que se llevaría a cabo en una disco. Confieso que esa vez yo hubiera preferido estar sólo contigo. Realmente me sorprendiste cuando llegamos al vestíbulo del antro. Conocí a tus amigas, bailamos (más bien tú lo hiciste, yo simplemente le hice al cuento), bebimos, medio conversamos, reímos, tuve cierta “conexión” con una de tus amigas, conocí a un hippie, tú tuviste otro tipo de “conexión” con otro tipo (tampoco me molesté. Eso sí, cuidé que ese tipo y sus amigos no se aprovecharan de la situación; que no te sacaran de ahí para abusar de ti. Créeme, esas intenciones empezaron a notárseles a esos tipos. Hasta una de tus amigas me lo insinuó). Posteriormente, yo te busqué intensamente (por ejemplo, fui a lo que pensé que era tu casa, pero me dijeron que no te conocían). Cuando por fin te contacté por teléfono, te propuse que nos viéramos al día siguiente (Sí, es cierto, dominaban a mis pensamientos la idea de tener relaciones sexuales contigo; pero si tú hubieras dicho no, o hubieras aplazado la cita, yo no hubiera insistido (bueno, tal vez sí, pero meses o un año después. Pero mientras tanto me hubiera tenido que “aguantar”. Claro, aunque me eso se me dificultara bastante)
Nuestra cita tuvo lugar en uno de los primeros cines que se construyeron en la ciudad. No me preguntes que película “vimos” por que mi atención no estaba dirigida a ello. Nuestra pasión y excitación crecía y crecía hasta que en un momento, titubeante, me atreví a decirte: “Quieres ir a otro lugar, a otro lugar que tenga más privacidad” (sigo sin creer que haya decidido decírtelo. Yo sabía que me arriesgaba a que me separaras de ti abruptamente y que me abofetearas, dejándome abandonado en esa sala. Lo hubiera entendido y aceptado. Tal vez comentarios “insidiosos” o de “ardido” me hubieran presionado fuertemente a no entenderlo o a no aceptarlo; es decir, a comportarme como un patán. Pero, estoy seguro, que hubiera rectificado, hubiera dado marcha atrás, por que esa actitud o “pensamiento” no me lo podría haber perdonado)

Fuimos a un hotel y tuvimos sexo de manera maravillosa. Para mí era un sueño hecho realidad el poder contemplar ese suave, desnudo y voluptuoso cuerpo. Recuerdo que era una tarde ligeramente soleada y calurosa. Apacible. Nuestros cuerpos se encontraban y desencontraban con placer, con frenesí, con felicidad. Todavía sigo pensando que en ese día, en ese momento, en ese lugar y con ese ser hermoso; podía fácilmente haber muerto. Es decir, felizmente hubiera aceptado que esos momentos de éxtasis fueran los últimos de mi existencia. Y de ahí, ¿a dónde?, ¿al paraíso? No era necesario, ya que éste ya había venido a mí.

Tiempo después nos vimos para otro encuentro sexual. Esa vez ella me buscó, me habló (que halago) Extrañamente (y lo seguiré diciendo aunque hubiera sucedido lo contrario), ese día tuve una sensación de temor, como de “arrepentimiento anticipado”, de inquietud. Como cuando una especie de voz interna te advierte sutilmente: “No hagas esto, no digas esto, no vayas a tal lugar”. Estuvo a punto de dejarla plantada, de tomar el primer camión que pasara por ahí. Pero no lo hice (y el único responsable de ello soy yo). Nos vimos, fuimos a la habitación y mi nerviosismo se incrementó un poco más...
Pues bien, luego te acompañé a donde ibas a abordar tu camión. Tenía ganas de decirte que algo andaba mal, que percibía que algo andaba mal. Sí, así era, por estúpido, por “calenturiento”, por apresurado, por irresponsable (de todo eso me declaro ¡culpable!, culpable y más culpable) rompí el condón.

Cerca de la fecha de fin de cursos, recibí tu llamada: “Creo que estoy embarazada, yo siempre he sido muy exacta y ahora no he tenido mi período” “Ahora tenemos que ver que hacemos, ahora tienes que ver que hacemos. No lo deseo tener” Yo te pregunté (de puro milagro, por que la noticia me había hecho sudar “frío”. Creo que es de las pocas veces que me he sentido así): “¿Estás segura?”
Tú me respondiste: “Sí, estoy segura”

“Investigué” con unos amigos como dar cumplimiento a la voluntad de Vianey. Uno de ellos me llevó con un “doctor” que él había conocido debido a que había estado en un trance similar. Conseguí el dinero y le avisé a Vianey. Antes de acudir al “consultorio” (era un cuarto instalado detrás de una tienda de abarrotes) seguí indagando si estaba totalmente segura de su decisión y de todas las implicaciones de la misma. Me ratificó clara y expresamente su decisión. Me dijo que no estaba preparada para ser mamá, que todavía era muy joven para esa responsabilidad, que quería estudiar una carrera, que deseaba viajar, que no deseaba “atarme”, que no deseaba que me comprometiera con ella por ese sólo hecho. También me llegó a insinuar (o es lo que quise creer) que un motivo más de su decisión era que no “visualizaba” un futuro conmigo. Afortunadamente (si es que cabe esa palabra en estos casos), el aborto o interrupción de embarazo a la que se sometió no fue tan “invasivo”, ya que utilizó una inyección y unas pastillas (tiempo después me enteré que una de éstas fue la llamada “píldora abortiva” o la RU-486). Todavía después que salimos de ese lugar, le volví a preguntar que si estaba convencida, consciente, de su decisión. No vaciló, no se echó para atrás. Es más, todavía me calló diciéndome: “¿O qué, tú no lo estás?” “¿tú si quieres que lo tenga?” “¿hasta te casarías conmigo?” Lo dicho; me calló, me impactó, me desarmó, me desnudó. Sólo cuando me recuperé un poco, pude, tenuemente, decirle: “Pues no” “Además, esa es tu voluntad, yo no puedo obligarte, yo no puedo ni debo decidir por ti” “Sólo quiero estar seguro de que tú lo estás” –Pues lo estoy- respondió una vez más.

Estuvimos conversando unos minutos más en ese lugar, el cual está cercano a donde se fundó la ciudad de Puebla, antes de despedirnos. (¿Quién iba a decirlo? Cerca de donde se inició una ciudad, iba a terminar “mi paraíso”). Llegó el último momento, me le acerqué para darle un beso (pienso que los dos sabíamos que sería el último. ¿Por qué?, no lo sé) y tomar una de sus lindas y agradables manos. Creo que le dije: “Nos vemos y gracias” (por haberte conocido, por haberte gustado, por haberme querido, por hacerme un dichoso partícipe y fanático de tu cuerpo y de tu corazón) Pero, la verdad, ya no recuerdo –o no he querido recordar- lo que exactamente le dije,ni lo que ella exactamente me dijo. Sí me acuerdo que empecé a dar la media vuelta sin soltarle su mano. Ninguno de los dos queríamos hacerlo. Deseábamos prolongar ese momento, nuestro último momento. Vianey Angélica tenía casi seis semanas de embarazo.
----------------------------------------------------o--------------------------------

Actualmente, cuando llego a recapitular sobre ese hecho y sobre los meses posteriores al mismo, he concluido, entre otras cosas, que llegué a distanciarme de Dios, a enojarme con él (pero realmente estaba enojado, furioso, decepcionado conmigo mismo); que lloré y me lamente, por dentro, mucho tiempo (y que unos comentarios, afirmaciones y “salidas” para embriagarme sólo eran unas máscara para ocultar ese dolor) y que; no me había concedido-ni de lejos- el perdón. Pero, hay algo más que me inquieta, que me entristece, que me atormenta de sobremanera: ¿Por qué tuve, Vianey, que orillarte a tomar esa decisión? ¿Por qué te puse en esa encrucijada? ¿Me perdonarás algún día? ¿Por qué los hubiera inundan ese episodio de mi vida?

A Vianey ya no la he visto desde entonces,muy poco he sabido o escuchado de ella. La recuerdo con mucho cariño y con melancolía. Siempre he preferido pensar que ese ser humano que se estaba gestando dentro de ella todavía no era, precisamente eso, un ser humano. He preferido pensar (y he buscado información que acredite plenamente eso) que ese embrión todavía no poseía un sistema nervioso y/o un cerebro, ni órganos bien formados (entre ellos el corazón), ni conciencia.
Aquí aprovecho para decirte que por simple congruencia, por un mínimo de congruencia, no puedo estar de acuerdo en que se castigue a una mujer que ha decidido practicarse un aborto.Si estuviera de acuerdo en eso me estaría traicionando y la estaría traicionando a ella. No puedo, no me gusta ni quiero tener "doble moral", no me gusta ni quiero ser hipócrita.

...

A Vianey le he deseado, y le seguiré deseando por siempre, que sea muy feliz, que le vaya muy bien en todo lo que emprenda, que cumpla todos sus sueños.
¿Espero volverla a ver algún día? No, bueno, sí, pero no tengo valor para hacerlo. Siento que no me merezco esa maravillosa segunda oportunidad.

“Son amores… tan extraños…” El llanto toca a la puerta, creo que lo dejaré entrar.

Y AHORA, LA DESPEDIDA:

Me despido de ti, Mirabal, envíándote un gran y caluroso abrazo

Con cariño

Tu amigo…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario